lunes, 9 de marzo de 2015

Mal tiempo. 1

Era noche cerrada, sin luna, sin estrellas. Negros nubarrones cubrían el cielo y descargaban con furia sobre la tierra. El viento gemía azotando hasta las más pesadas ramas. Esta noche solo se oía el frenético lamento del viento y el repiquetear de la lluvia. Hasta las más hambrientas criaturas se cuidaban en noches como esta de salir a cazar. Sabían que pasarían hambre. La oscuridad era tan densa que podrías ponerte la mano delante de los ojos y no verla.
Un lento carruaje avanzaba pesado y con dificultad entre el barro que antes formaba un camino. Lo escoltaba un grupo de seis jinetes que luchaban para que no se les apagasen los farolillos. Todos parecían muy cansados y molestos. Probablemente debido a la intensidad de la tormenta y la dureza del viaje.
Morguen, el más viejo de los jinetes, había predicho la tormenta basándose en los dolores que sufría en la vieja herida de guerra de su tobillo. Había aconsejado pasar la noche en la taberna donde habían parado a reposar pero el capitán Grill, por orden del gran Lord Renden, ordenó preparar el equipaje y todo lo necesario para reiniciar inmediatamente la marcha. Llevaban dos días y medio de retraso, por lo que el gran Lord decidió salir lo antes posible.
La tormenta explotó al caer la noche y se desató con tal velocidad y fiereza que no dio tiempo a refugiarse. Tras una intensa discusión entre el capitán y sus hombres, tomó la decisión de avanzar despacio y con cuidado hasta encontrar un refugio. Alfredo y Molám, dos de los jinetes más jóvenes, se habían ofrecido reiteradamente a montar las tiendas o construir un refugio improvisado, pero Grill los mandó callar y obedecer presionado como estaba por los deseos de su lord de recuperar el tiempo perdido.
Cóndor se arrebujaba como podía en su armadura. Intentó distraerse del frío, el viento y la lluvia recordando momentos alegres y cálidos junto a su familia. Sonrío y miró a su compañero. No pudo evitar preguntarse en que estaría pensando.
Eldon y él habían combatido en innumerables ocasiones, se habían salvado la vida mutuamente y confiaba plenamente en el instinto de aquel hombre. Por eso le preocupaba que Eldon estuviese preocupado. No solía equivocarse a la hora de predecir que algo no iba bien.
Aunque es lógico, porque la situación no iba nada bien. Corrían el riesgo de quedarse atrapados en el barro o de morirse de frío. Los animales estaban muy asustados. Era muy difícil y costoso evitar que se encabritaran.
Un descomunal trueno atrajo su mirada hacia el cielo y al segundo un rayo lo surco dejando tras de sí otro espeluznante rugido. Bajó de nuevo la vista hacia Eldon. Este estaba colgando inerte sobre su montura con una flecha clavada en la garganta. Rápidamente se dispuso a gritar mientras un gigantesco árbol se derrumbaba frente al carruaje separando a los dos primeros jinetes del resto.

Desenfundó su espada y al instante sintió como se le resbalaba de la mano mientras una flecha le atravesaba el brazo. Miró hacia sus compañeros que estaban siendo derribados por unas sombras negras. Quiso espolear su montura para situarse junto a su compañero y amigo muerto, pero no lo consiguió ya que algo le golpeó la cabeza y cayo de bruces al suelo. Mareado y aturdido lo único que veía era como un par de sombras situadas en el techo del carruaje y se abalanzaban sobre los soldados que salían de él. Todo era confuso y borroso. De repente una de las sombras apareció frente a él sosteniendo un pesado garrote y todo se volvió oscuridad.
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